¿De dónde proviene ese impulso que lleva al sujeto a jugarse la vida por un amor, por odio o por ignorancia? Algo posee al ser humano y lo impulsa hacia actos irracionales. En el ser caracterizado por lo racional, como lo define cierta filosofía, convive lo irracional, y de ello se ocupa el psicoanálisis.
Es la estructura propia del ser que habla, la que le da a las pasiones sus características. Freud habló de pulsiones, pulsiones sexuales y pulsiones del yo en un comienzo, luego pulsión de muerte y pulsión de vida, conceptos fundamentales del aparato teórico freudiano.
¿Qué entendemos por pulsión? Cuando afirmamos que la pulsión no es el instinto, decimos que no nace del cuerpo biológico ni de las necesidades biológicas, sino que la pulsión se constituye por la particular relación que el niño tiene con su madre, con quien establece en primer lugar una relación apasionada, es decir pulsional, no mediada hasta cierto punto por la palabra.
En este primer tiempo de la constitución subjetiva el niño no cuenta con la eficacia del lenguaje como propio, si bien nace a un mundo de lenguaje, la relación con su madre es cuerpo a cuerpo, es a través de su boca, de su caca, de la mirada y de la voz de su madre que le habla, que le trasmite desde el inicio de su vida su deseo. Es fundamental la presencia del padre, un amor más allá del niño, que ponga límite al desenfreno pasional que una madre puede volcar en su hijo.
¿Por qué un niño puede ser objeto de esa pasión? ¿Es que satisface, tal vez, algo que podría denominarse un instinto maternal? Cuando vemos lo que ocurre con otros mamíferos que sueltan a su crío bastante más rápidamente que las madres, sospechamos que en las mujeres se juega algo distinto que un instinto. Llamamos a eso deseo materno. Este deseo materno se constituye en las niñas como resultado de su complejo de Edipo, es la respuesta que ellas encuentran, tal como Freud lo señaló, al enigma de su femineidad.
Si una mujer devenida madre tiene esa relación pasional con su bebé, es porque en alguna medida ese bebé pone en juego algo de su femineidad. Un hijo es efecto de la estructura femenina que no resuelve el enigma femenino, sino que lo instituye como tal.
Alimentar a su hijo, prodigarle los cuidados maternales, darle amor, no necesariamente se acompañan de pasión.
La pasión se manifiesta íntimamente ligada al cuerpo, anudado al sexo y a la palabra que intentará ponerle límite.
En definitiva el lugar de la pasión en la teoría es aquel que anuda el narcisismo corporal a los agujeros pulsionales en su relación al Otro primordial, la madre, una madre que porta en su ser el enigma de la femineidad.
Es la estructura propia del ser que habla, la que le da a las pasiones sus características. Freud habló de pulsiones, pulsiones sexuales y pulsiones del yo en un comienzo, luego pulsión de muerte y pulsión de vida, conceptos fundamentales del aparato teórico freudiano.
¿Qué entendemos por pulsión? Cuando afirmamos que la pulsión no es el instinto, decimos que no nace del cuerpo biológico ni de las necesidades biológicas, sino que la pulsión se constituye por la particular relación que el niño tiene con su madre, con quien establece en primer lugar una relación apasionada, es decir pulsional, no mediada hasta cierto punto por la palabra.
En este primer tiempo de la constitución subjetiva el niño no cuenta con la eficacia del lenguaje como propio, si bien nace a un mundo de lenguaje, la relación con su madre es cuerpo a cuerpo, es a través de su boca, de su caca, de la mirada y de la voz de su madre que le habla, que le trasmite desde el inicio de su vida su deseo. Es fundamental la presencia del padre, un amor más allá del niño, que ponga límite al desenfreno pasional que una madre puede volcar en su hijo.
¿Por qué un niño puede ser objeto de esa pasión? ¿Es que satisface, tal vez, algo que podría denominarse un instinto maternal? Cuando vemos lo que ocurre con otros mamíferos que sueltan a su crío bastante más rápidamente que las madres, sospechamos que en las mujeres se juega algo distinto que un instinto. Llamamos a eso deseo materno. Este deseo materno se constituye en las niñas como resultado de su complejo de Edipo, es la respuesta que ellas encuentran, tal como Freud lo señaló, al enigma de su femineidad.
Si una mujer devenida madre tiene esa relación pasional con su bebé, es porque en alguna medida ese bebé pone en juego algo de su femineidad. Un hijo es efecto de la estructura femenina que no resuelve el enigma femenino, sino que lo instituye como tal.
Alimentar a su hijo, prodigarle los cuidados maternales, darle amor, no necesariamente se acompañan de pasión.
La pasión se manifiesta íntimamente ligada al cuerpo, anudado al sexo y a la palabra que intentará ponerle límite.
En definitiva el lugar de la pasión en la teoría es aquel que anuda el narcisismo corporal a los agujeros pulsionales en su relación al Otro primordial, la madre, una madre que porta en su ser el enigma de la femineidad.
El lugar de las pasiones en la clínica es la transferencia. En el amor de transferencia, en el odio transferencial, en la reacción terapéutica negativa. También en las situaciones de idealización extrema por un saber que obture toda ignorancia, etc.
Cada paciente manifestará su pasión en el análisis de acuerdo a su estructura psíquica, la cual tendrá absoluta relación con su historia, pero con los sectores de su historia no historizados, es decir con lo real en relación a su madre y a su padre. Se referirá a ese tramo de su vida tan primitivo, donde su desamparo inicial se encuentra a merced del amparo y también del capricho de su madre, del objeto que fue para ella y en qué punto ella encontró límite a su propia pasión, hasta qué punto se pudo refugiar en ese otro que la deseó o no la deseó, que acogió para sí esa pasión de mujer que lo convierte en padre. Hasta qué punto esta madre pudo transmitir el No del nombre del padre.
Ese sujeto así constituido llegará al análisis y pondrá en juego apasionadamente este real que lo habita.
Del lado del psicoanalista, lo recomendable es que pueda jugar bien la partida, es decir dar cabida a esa pasión, ofrecer su presencia y su escucha, hasta encontrar la letra que haga límite, y deje caer esa depositación masiva de real en su persona, ello significa darle lugar al sujeto.
Sin duda estas situaciones ponen a prueba el análisis y la continuación de un tratamiento. Condicionan diferentes formas de resistencia del analista, mal llamadas contratransferencias; es decir, el analista se defiende a veces tomando excesiva distancia, a veces entrando en el juego y reaccionando apasionadamente también él o dando rienda suelta a sus sentimientos, a su yo.
Los psicoanalistas están hechos de la misma pasta que sus analizantes, es decir de Real, Simbólico e Imaginario. Es por eso que pueden ser tomados en la situación transferencial. Por eso el analista debe él mismo hacer la experiencia de su propio análisis, y son estos casos de transferencias apasionadas los que más conducen al análisis de control.
El manejo de las pasiones en el análisis es decisivo; se tratará de darle a la pasión su lugar que conduzca a hacer con ella corte y también invención.
Cada paciente manifestará su pasión en el análisis de acuerdo a su estructura psíquica, la cual tendrá absoluta relación con su historia, pero con los sectores de su historia no historizados, es decir con lo real en relación a su madre y a su padre. Se referirá a ese tramo de su vida tan primitivo, donde su desamparo inicial se encuentra a merced del amparo y también del capricho de su madre, del objeto que fue para ella y en qué punto ella encontró límite a su propia pasión, hasta qué punto se pudo refugiar en ese otro que la deseó o no la deseó, que acogió para sí esa pasión de mujer que lo convierte en padre. Hasta qué punto esta madre pudo transmitir el No del nombre del padre.
Ese sujeto así constituido llegará al análisis y pondrá en juego apasionadamente este real que lo habita.
Del lado del psicoanalista, lo recomendable es que pueda jugar bien la partida, es decir dar cabida a esa pasión, ofrecer su presencia y su escucha, hasta encontrar la letra que haga límite, y deje caer esa depositación masiva de real en su persona, ello significa darle lugar al sujeto.
Sin duda estas situaciones ponen a prueba el análisis y la continuación de un tratamiento. Condicionan diferentes formas de resistencia del analista, mal llamadas contratransferencias; es decir, el analista se defiende a veces tomando excesiva distancia, a veces entrando en el juego y reaccionando apasionadamente también él o dando rienda suelta a sus sentimientos, a su yo.
Los psicoanalistas están hechos de la misma pasta que sus analizantes, es decir de Real, Simbólico e Imaginario. Es por eso que pueden ser tomados en la situación transferencial. Por eso el analista debe él mismo hacer la experiencia de su propio análisis, y son estos casos de transferencias apasionadas los que más conducen al análisis de control.
El manejo de las pasiones en el análisis es decisivo; se tratará de darle a la pasión su lugar que conduzca a hacer con ella corte y también invención.
3- Hoy como siempre el destino fundamental de las pasiones es la sexualidad. Es allí, en el marco de la vida erótica, donde las pasiones encuentran su cauce y su fin, es decir, el goce.
Ahora bien, las cosas no son simples para el ser humano; su sexualidad es compleja, al punto que Lacan sentó las bases del psicoanálisis en el fundamento de que “no hay relación sexual”, lo cual no quiere decir que no haya diferentes modos de goce relacionados a lo sexual.
Estas pasiones forman parte de lo más intimo del ser, su intimidad.
La dificultad con la que nos enfrentamos es aquella que se produce cuando las pasiones van más allá de este marco, tanto sea que una manifestación de lo sexual recaiga sobre el mismo sujeto pero fuera de su vida erótica –es decir, manifestaciones de la pulsión que toman su cuerpo o alguna parte del mismo como su objeto, produciendo allí las patologías llamadas narcisistas, las enfermedades en el cuerpo, psicosomáticas, adicciones, exhibicionismo, compulsiones, impulsiones, etc.–; ya sea que lo que está destinado a lo privado se haga público, por fuera de lo institucionalmente aceptado. Se acepta la pasión en el deporte dentro de ciertas reglas, en el trabajo si ha de ser productivo para el sujeto y para la sociedad.
Estas mismas pasiones, fuera de determinadas reglas, dan lugar a la violencia, a la agresión, al odio desmedido que incluso lleva a la muerte. Fuera de la vida privada, se hacen públicas, entran en lo social. Hoy, desgraciadamente, en tanto no hay en lo social encausamiento de la pasión hacia lo productivo, dejada a su libre manifestación produce violencia social de distinta índole.
La pasión es como un fuego que habita al sujeto. Tanto puede provocar incendios como transformarse en un hielo. El psicoanálisis, en su pequeña medida, trabaja para que cada uno invente su saber hacer allí con su pasión.
Ahora bien, las cosas no son simples para el ser humano; su sexualidad es compleja, al punto que Lacan sentó las bases del psicoanálisis en el fundamento de que “no hay relación sexual”, lo cual no quiere decir que no haya diferentes modos de goce relacionados a lo sexual.
Estas pasiones forman parte de lo más intimo del ser, su intimidad.
La dificultad con la que nos enfrentamos es aquella que se produce cuando las pasiones van más allá de este marco, tanto sea que una manifestación de lo sexual recaiga sobre el mismo sujeto pero fuera de su vida erótica –es decir, manifestaciones de la pulsión que toman su cuerpo o alguna parte del mismo como su objeto, produciendo allí las patologías llamadas narcisistas, las enfermedades en el cuerpo, psicosomáticas, adicciones, exhibicionismo, compulsiones, impulsiones, etc.–; ya sea que lo que está destinado a lo privado se haga público, por fuera de lo institucionalmente aceptado. Se acepta la pasión en el deporte dentro de ciertas reglas, en el trabajo si ha de ser productivo para el sujeto y para la sociedad.
Estas mismas pasiones, fuera de determinadas reglas, dan lugar a la violencia, a la agresión, al odio desmedido que incluso lleva a la muerte. Fuera de la vida privada, se hacen públicas, entran en lo social. Hoy, desgraciadamente, en tanto no hay en lo social encausamiento de la pasión hacia lo productivo, dejada a su libre manifestación produce violencia social de distinta índole.
La pasión es como un fuego que habita al sujeto. Tanto puede provocar incendios como transformarse en un hielo. El psicoanálisis, en su pequeña medida, trabaja para que cada uno invente su saber hacer allí con su pasión.
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