jueves, 20 de octubre de 2011

Ese resto que obstaculiza al principio de placer

En sus tres ensayos de una  teoría sexual, Freud define al masoquismo como una vuelta del sadismo hacia el yo, ósea que el masoquismo sólo existiría ligado al sadismo. Esto resultó insuficiente para Freud, y en el texto “el problema económico del masoquismo” toma otro camino para abordar este tema, tomando también elementos de un texto anterior (pegan a un niño).
Uno de los planteos  es que el masoquismo se aleja de la meta sexual, Freud había ubicado al sadismo como uno de los componentes de la pulsión sexual y el masoquismo no era más que el sadismo vuelto contra  la propia persona, pero se aleja de la meta sexual. En ese punto se produce un quiebre, una ruptura en esa continuidad entre sadismo y masoquismo, ya no serían tan complementarios. Por otro lado, del texto “pegan a un niño”, Freud extrae el carácter displacentero de un cumplimiento pulsional, donde aparece la fantasía de la paliza en relación a una satisfacción pulsional, pero de carácter displacentero, en ruptura con el principio de placer.
Freud admite la existencia de un masoquismo primario, cuyo origen está aparejado con el sadismo primitivo. El elemento primordial es la conjunción entre conciencia de culpa y erotismo, donde el ser-azotado es caracterizado por Freud como la esencia del masoquismo. Existe un castigo por el deseo genital prohibido, y una regresión hacia una etapa anterior, modificada, reprimida, en la cual se encuentra el núcleo de la excitación libidinosa, sería una regresión al estadio sádico-anal, en donde ser-pegado es ser-amado. 
En “el problema económico del masoquismo”, encontramos las formulaciones finales con respecto al concepto de masoquismo, diferenciando dos tipos: masoquismo primario y secundario y tres formas en las que éste se expresa: La primera, un masoquismo erógeno fundamento de las otros dos formas: El masoquismo femenino y el masoquismo moral.
Según el principio de placer, el sujeto evita a toda costa el displacer o sufrimiento y procura el placer en toda ocasión, parece extraño que un sujeto busque en el displacer la fuente de su satisfacción. Según Freud esto es así debido a que la pulsión de muerte, que es pulsión de destrucción, se proyecta hacia el exterior, al servicio de la sexualidad, pero queda una parte sin exteriorizar en el organismo. El primer trabajo que se le presenta a la pulsión de vida es la mezcla pulsional, enviar hacia fuera esa cantidad, eso sería el sadismo, esta sería la operación.
La diferencia es que se puede ubicar un resto a esa operación, esta operación no es sin un resto, cuyo testigo es el masoquismo primario.
El ser vivo se enfrenta con la pulsión de muerte, ésta impera dentro de él, la tarea de la libido es volver inocua esta pulsión destructora, y lo hace dirigiéndola hacia los objetos del mundo exterior. Un sector de esta pulsión es puesto al servicio de la función sexual, pero otro sector no obedece a ese traslado hacia fuera, permanece en el interior del organismo. Allí donde la pulsión de muerte y la libido se entrelazan, es donde Freud indica discernir el masoquismo.
Ese resto que queda, hace de obstáculo al principio de placer.
Lacan en el seminario 11 señala que, en cuanto a la satisfacción el sujeto pasa entre “dos murallas de imposible”: Por un lado se trata de este planteo Freudiano, donde ese resto, ese real, hace de obstáculo al principio de placer y se opone al logro de la satisfacción. Ya Freud decía que el carácter distintivo de la pulsión era la imposibilidad de una satisfacción plena.
La segunda muralla que ubica Lacan, corresponde al principio de placer mismo, ya que no hay objeto alguno que satisfaga la pulsión. Es decir que el principio de placer está en función de un imposible. No hay satisfacción plena que conduzca al sentimiento oceánico, pero no se trata solo de esto sino también  que el aparato psíquico produce un excedente en calidad y en cantidad de sufrimiento. Freud es claro al decir que no hay ninguna capacidad originaria en el sujeto para distinguir entre el  bien y el mal, mas aún, a nivel del inconsciente no hay contradicción. Freud deduce la operación de una influencia externa en tal categorización, como proveniente del campo del Otro, influencia a la que el sujeto se somete merced de su propio desvalimiento originario.
Aparece el mal en la vida del hombre como la posibilidad de la perdida de amor   del Otro primordial. La pérdida del amor, es el padecimiento tal vez más doloroso, dice Freud. El signo de la retirada del Otro remite al desamparo y promueve en primer plano la angustia de castración.
Esta pérdida es interpretada como castigo, y el sujeto se siente culpable (sentimiento inconsciente de culpa). La falta se subjetiva como culpa, lo que angustia en tanto pérdida de amor se traspone en la figura impersonal y abstracta del superyo que inculcará el goce de la culpa y reclamará sin tregua mas renuncias.
El deseo Freudiano se caracteriza por la máxima singularidad, de aquí que el bien al que convoca el psicoanálisis no se refiere a ninguna categoría de bien-estar, aunque no es sin cierta cesión de malestar.
Lacan propone la ética del bien-decir, plantea que ésta no se trata de una doctrina de valores o normas que dirían donde está el bien del sujeto. No se basa sobre la serie placer-displacer o sobre los criterios de realidad. En “televisión” Lacan define el bien decir, “como el deber de reconocerse en el inconsciente, en la estructura”, encontrarse en los “efectos que la combinatoria pura y simple del significante determina en la realidad donde se produce”, en la realidad de la experiencia analítica como campo donde eso habla, y encontrase en los efectos de combinatoria significante significa no perderse en los enredos  del inconsciente, no perder de vista lo real, orientarse respecto a eso para producir en el decir, algo de lo real del sujeto.
Del lado del analista el bien decir concierne a la interpretación, y es lo que le va a permitir ser operativo en su acto, es decir, afectar el deseo del Otro haciéndolo venir a la enunciación en posición de x.
Del lado del analizante el bien decir está presente en la regla fundamental, la regla de decirlo todo, introduce la incompatibilidad del deseo y de la palabra, introduce el medio-decir de la verdad, pero también el bien-decir como un imperativo ético para el analizante.
La ética del analizante se plantea, tanto para Freud como para Lacan en la formula wo Es war soll Ich werden, llegar por el decir allí donde eso estaba.



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